¿Cuándo ocurrió la última supernova visible a simple vista en nuestra galaxia? Más de lo que debería

Deberían ocurrir varias supernovas cada siglo en nuestra galaxia y alguna de ellas ser visible a simple vista. Y, sin embargo, desde la época de Kepler no hemos podido disfrutar de este espectáculo astronómico. Ya va siendo hora de que eso cambie.

Según lo que hemos podido inferir de nuestras observaciones de supernovas en nuestra galaxia y otros cientos de galaxias lejanas, deberían ocurrir unas 3 supernovas por siglo en la Vía Láctea. Dado el increíble brillo que pueden alcanzar estos objetos, a veces rivalizando con el brillo de la galaxia que las alberga, esperaríamos que alguna de estas supernovas fuera visible a simple vista desde la Tierra. No todas, por supuesto, pero al menos sí una cada siglo o dos. Y sin embargo, hace mucho más tiempo que no sucede algo así. Tenemos constancia de explosiones de supernova en nuestra propia galaxia más recientes por supuesto, pero ninguna de ellas pareció resultar visible a simple vista. La última en recibir esa distinción fue la que conocemos como Supernova de Kepler o, según las convenciones modernas para el nombramiento de este tipo de fenómenos, SN 1604. Este nombre lo recibe de acuerdo al tipo de objeto que es (SN, supernova) y al año en que su luz alcanzó la Tierra (1604).

Observación de la remanente de SN 1604 en rayos X por el telescopio Chandra. Foto: Smithsonian Institution

Esta supernova fue observada en la constelación de Ofiuco, situada a medio camino entre la parte más reconocible de las constelaciones de Escorpio y Sagitario. Esta supernova es la más reciente de todas las acontecidas en la Vía Láctea que fuera incuestionablemente visible por el ojo humano. Ocurrió a no más de 20 000 años luz de distancia de la Tierra, bastante más lejos de lo que se encuentran las estrellas más distantes del firmamento visibles sin ayuda de telescopios.

A partir de las observaciones registradas por diferentes astrónomos de origen chino, coreano, árabe y europeo se cree que en su momento de máximo brillo, la Estrella de Kepler, como también se la conoce, pudo alcanzar una magnitud de -2.5. Esto la haría más brillante que cualquier estrella del firmamento con un brillo comparable al de Júpiter. Al parecer fue visible durante las últimas horas del día (con el Sol aún sobre el horizonte) durante unas tres semanas. Esta era la segunda supernova observada por la misma generación de astrónomos, pues en 1572 hubo un evento similar. Denominada SN 1572 a día de hoy, fue observada por el célebre astrónomo danés Tycho Brahe en la constelación de Cassiopea. De esta supernova también se guardan registros del astrónomo valenciano Jerónimo Muñoz, una de las figuras más importantes de la ciencia española del siglo XVI. Dicha supernova ocurrió más cerca, a no más de 10 000 años luz de distancia y alcanzó un brillo incluso mayor, con magnitud próxima a -4, rivalizando incluso con Venus.

Desde estas dos supernovas, que pudieron verse en un lapso de apenas 32 años, ninguna otra supernova de nuestra galaxia ha sido registrada como visible a simple vista. Sin embargo se han observado multitud de supernovas fuera de ella. La primera fue S Andromedae en 1885, la primera supernova observada fuera de nuestra propia galaxia. Más recientemente, SN 1987A fue observada en la Gran Nube de Magallanes, la galaxia satélite de la Vía Láctea más grande. Esta supernova fue visible a simple vista desde el hemisferio sur, aunque fue unas 100 veces más tenue que la Supernova de Kepler, con una magnitud en torno a 3.

También se conocen dos supernovas acontecidas en nuestra propia galaxia que por cercanía e intensidad deberían haber alcanzado la Tierra. La primera de ellas alrededor de 1680, conocida como Cassiopea A y la otra alrededor de 1870, conocida como G1.9+0.3. No existe ningún registro conocido de una observación de estas supernovas en la época. Su brillo tal vez pudo atenuarse por la absorción del polvo interestelar situado en el camino que las separa de la Tierra.

La remanente de la Supernova de Kepler se considera uno de los objetos prototípicos de su clase y sigue despertando gran interés para la astronomía. Sin embargo, a pesar de haber recibido el nombre de Kepler y de conservarlo de manera informal a día de hoy, el astrónomo alemán no fue su descubridor. Las primeras observaciones de este objeto datan del 9 de octubre de 1604. En dicha época la comunidad astronómica europea, Kepler incluído, estaba preocupada con observar la conjunción de dos planetas, Marte y Júpiter, que para ellos tenía alguna conexión con la “estrella de Belén” de la mitología cristiana.

Por lo que él mismo contó, Kepler fue incapaz de observar dicha conjunción debido a un tiempo nublado, pero otros astrónomos célebres de la época si pudieron, como Michael Maestlin, Helisaeus Roeslin y Wilhelm Fabry. Ellos registraron la conjunción el 9 de octubre pero al parecer no observaron la supernova. Ese mismo día, al norte de Italia, Ludovico delle Colombe sí pudo observarla, y así lo registró. Kepler no pudo iniciar sus observaciones de este objeto hasta el 17 de octubre, desde Praga. A pesar de no ser el descubridor de dicho objeto, recibió su nombre por el extensísimo estudio que hizo de ella. Sus observaciones dieron cuenta de este objeto durante todo un año y fueron retratadas en su libro “De Stella nova”.