AMLO: poder sin pudor

SIN PUDOR?

¿Cuál es la diferencia entre el autoritarismo de Andrés Manuel López Obrador y el de los presidentes del priismo hegemónico? El recato. Recatar, según el diccionario de la RAE, es “Encubrir u ocultar lo que no se quiere que se vea o se sepa”. Por lo general, los mandamases en el antiguo régimen presidencialista cuidaban las formas. No lo hacían por necesidad —el único límite de su inmenso poder era el tiempo, pues a los seis años el carruaje se convertía en calabaza— sino porque se formaron en la escuela del ritualismo legal(oide). Eran corruptos, con honrosas excepciones, pero tenían sentido de Estado y no querían romper el cordón de la continuidad del sistema con la navaja del abuso impúdico. Aunque incurrían en excesos, no hacían cónsules a sus caballos.

AMLO no se anda con esos remilgos. Si bien cree que emula a Ruiz Cortines en su cuidado de la investidura, lo que cuida es su imagen personal de ser mancillada por el pueblo cuando pese a su sabiduría es manipulado, es decir, cuando protesta. Con eso de que le fascina contrariar al círculo rojo,al cual a su vez le gusta revisar protocolos gubernamentales, suele tomar decisiones con total desprecio por las formalidades. Constriñe la frase de Díaz Mirón que Reyes Heroles aplicó a la política y que él cita en las mañaneras —“la forma es fondo”— al simbolismo populista. No hace el menor esfuerzo por suavizar su intento de desaparecer los órganos autónomos y controlar al Poder Judicial. Los presidentes del siglo pasado también querían a sus supuestos contrapesos sometidos a su voluntad, pero evitaban hacerlo burdamente. Disimulaban, pues. AMLO prefiere escupirle en la cara a la ortodoxia.

¿Es malo fingir? Sí, desde luego, al menos para mí. Yo prefiero siempre la franqueza. No obstante, hay un caso en que el recato, el pudor, con todo y su dosis de hipocresía, me parecen plausibles, y es en el que sirve para acotar al poderoso. Y es que, en efecto, el político pudibundo se autolimita, pues no está dispuesto a hacer algo tan antiestético como nominar puros impresentables, por más obedientes que sean. Se trata de una acotación que a menudo resulta deseable. Un AMLO recatado no se habría atrevido, por ejemplo, a hacer varios de los nombramientos de su equipo, ni a impulsar a la nueva presidenta del Tribunal Electoral, ni a designar a la flamante ministra de la Suprema Corte; habría buscado perfiles un poco más decorosos. Pero claro, de las pocas personas idóneas o prestigiadas que puso casi todas le salieron respondonas. Y es que, aunque hay gente con prestigio dispuesta a canjearlo por los privilegios que da la sumisión, con los otros no batalla.

El costo de negar que AMLO está empeñado en construir una autocracia se ha elevado mucho. Dado que valora más el cinismo que el pudor, ha dicho abiertamente que no quiere autonomías, que quiere una Corte y un Tribunal obsequiosos y un Congreso a modo. Ha dejado claro que no tolera en la cosa pública a nadie que piense por su cuenta.Pretende que el suyo sea el pensamiento único, y por eso repele a los talentosos y procura a los ventrílocuos. Quien imita su voz y recita sus mantras se gana un lugar preeminente en la 4T; quien demuestra tener ideas propias es marginado.

¡Y yo que criticaba tanto el tufo simulador de los políticos pudorosos!