Emilia

La primera poeta de la lengua inglesa se presenta de forma desenfadada, atrevida y divertida: es la historia de una mujer Universal y actual

Se presenta en el Teatro Helénico, hasta el 21 de mayo próximo, con la dirección de Mariana HartasánchezCréditos: Cortesía

Emilia Bassano escribió para ser leída. Sucede, suelo pensar, con quienes escriben. Pero como sucedía en su época —y en muchas— con las mujeres que escriben poesía, sinfonías, guiones de cine, o que coreografían ballets o pintan cuadros, la de Emilia fue una voz silenciada. O cuando no, explicada por nosotros los hombres; y eso, si al historiarlas, les dimos su lugar como curiosidad, como accidentes del destino, de la historia del arte. Aún ocurre.

Viviendo en mi burbuja musical, crecí pensando que en México sí reconocíamos a las mujeres compositoras. Desde chico supe de la existencia de Gabriela Ortiz, conocida es la anécdota de lo primero que hice al llegar a la Ciudad de México: inscribirme en su clase de análisis musical. Todos le admirábamos, queríamos aprenderle. La burbuja se me rompió cuando hace unos meses supe de aquel reconocido violinista que sugirió que la voz de Gabriela no merecía ser escuchada.

Como tantos antes impusieron que la de Emilia no debía ser leída. Por eso hay que hablar de Emilia. Seguir haciéndolo. De ella y de la reivindicación desenfrenada e ingeniosa que está sucediendo ahora mismo en el Teatro Helénico, y que sirve de reivindicación para otras Emilias, incluso para las Emilias encargadas de que ésta suceda.

La Emilia de Morgan Lloyd Malcolm, la de su traductora Martha Herrera-Lasso, la de su directora Mariana Hartasánchez, la de su productora María Inés Olmedo, la de todas las Emilias que suceden ahí de jueves a domingo. No se trata de una obra biográfica sino de una especulación teatral a partir de los pocos datos que son certeros: vivió entre 1569 y 1645, fue hija de un músico de corte, fue poeta, maestra, madre… y feminista. Ello permite jugar y al jugar, sugerir; al sugerir, inspirar; al inspirar, despertar; al despertar, envalentar. Hay pocos límites y muchos símbolos. El más obvio: que no hay hombres. Todo el elenco está conformado por mujeres, todo el equipo creativo son mujeres.

El más convincente: que fue amante de Shakespeare y que este pudo haberse aprovechado de ella. El más apegado a la realidad: la convención de que ella es “la dama oscura” en sus sonetos. Su mayor virtud está en la pasión ingeniosa, ésa que surge desde la ira y se retoma en la comedia, con que se defiende su nombre y que traspasa a la audiencia. Ése es un acierto, sí, del texto original y, sí, de la traducción impecable, pero sobre todo del trabajo de Hartasánchez con el tono que ha elegido para contar la historia, para contarse quizá a ella misma.

Aída López, Amorita Rasgado, Haydee Boetto, Coty Camacho, Mariana Gajá, Gabriela Betancourt, Luz Adriana Carrasco, Karime Alonso y Assira Abbate están sensacionales. Lucía Uribe y Emma Dib son la cereza de maestría escénica que merecerá, seguramente, todos los premios en nombre de todas las Emilias. Que su tiempo sea ahora.