Elogio a la cordura

En medio de precampañas, que suelen hacer aún más visceral el encono de la polarización política, es alentador que una porción importante de opinadores, al margen de sus posiciones ideológicas, señalen límites al despropósito y a la majadería

Denise Dresser y El Fisgón en un mismo desplegado, formando parte de la lista de los “abajofirmantes”, es una buena noticia. Un tuit lo sintetizaba de manera precisa: “Beatriz Pagés logró lo que nadie, juntar a personas que piensan distinto para pronunciarse en contra de su grotesca portada. Cruzó una línea inadmisible”. Y es que, en efecto, las firmas en un desplegado publicado en redes sociales y en un par de diarios nacionales para protestar en contra de la absurda imagen presentada por Pagés, incluía a figuras tan contrastantes como Epigmenio Ibarra y Jenaro Villamil, de obvia filiación obradorista, pero también a críticos regulares del gobierno de la cuarta transformación como José Woldenberg o Mauricio Merino, entre otros. Alrededor de 150 personas más entre intelectuales, académicos, artistas y periodistas daban cuenta de su inconformidad por el uso de motivos nazis estampados sobre la figura de Claudia Sheinbaum.

Más que hacer leña del árbol caído sobre una revista histórica, hoy poco menos que inexistente salvo por el activismo de la hija del fundador, habría que detenerse en la trascendencia que representa una protesta como esta. Más allá de que la propia editora de la revista ofreciera disculpas y modificara su portada, lo que verdaderamente importa es la singularidad de la reacción que provocó, una muestra de que aún existen restos de cordura entre referentes de la dividida y crispada opinión pública. Ninguno se atrincheró en el reducto de la intolerancia disfrazada de dignidad que lleva a algunos a afirmar cosas del tipo yo no añadiré mi nombre a una lista en la que figure fulano o zutano. En medio de precampañas electorales, que suelen hacer aún más visceral el encono de la polarización política, es alentador que una porción importante de opinadores, al margen de sus posiciones políticas ideológicas, señalen límites al despropósito y a la majadería. 

Es tal la inercia de la toxicidad política, que las redes sociales han acentuado, que parecía no haber restricciones al insulto y el enlodamiento. En México como en el resto del mundo, los estrategas de campaña han asumido que la propaganda sucia en contra de un rival es mucho más efectiva para apuntalar a un candidato que la ardua tarea de construir proyectos y propuestas atractivas.

Los autores de la portada intentaban, obviamente, lastimar la imagen de la candidata de Morena a la Presidencia mediante una absurda asociación con símbolos fascistas. Por lo mismo, resulta lógica la inmediata reacción de comentaristas y figuras asociadas a posiciones cercanas a las de López Obrador. Lo destacable son las otras firmas: la indignación de muchos en contra de una pieza denigrante, a pesar de que mantengan algunas o muchas diferencias con la fuerza política que gobierna en Palacio Nacional.

Me parece un signo alentador. Una señal de que, sin ignorar nuestras diferencias, podemos consensuar aquellos excesos a los que no estamos dispuestos a incurrir en aras de una supuesta ganancia propagandística.

Me parece también que esta reacción se alimenta, en parte, de la misma intención que está presente en los deslindes respecto a los absurdos tuits de Vicente Fox. Sus propios correligionarios han considerado un exceso las expresiones misóginas y antisemitas del expresidente. Quizá en ese deslinde hay una intención de hacer control de daños, es cierto. Son tan denigrantes y vulgares que perjudican a la causa de la candidata de oposición a quien supuestamente Fox intenta ayudar. Y con todo, es una buena señal que los propios panistas busquen deslindarse de alguien que ha añadido tal toxicidad a la torpeza que le caracterizaba.

La protesta de ahora es un acto mucho más sano incluso, porque incorpora actores de la escena política de diversas corrientes, pero también figuras no comprometidas con alguna trinchera y simplemente preocupadas por el estado de cosas en la conversación pública. Un posicionamiento útil e importante que no debe pasar inadvertido y tendría que ser un llamado de atención a la clase política, a los equipos de campaña, a la llamada comentocracia y a los medios de comunicación que cubren la vida pública. 

“México siempre ha sido un país de libertades y puertas abiertas. Estas expresiones no representan nuestra esencia ni nuestros anhelos”, afirman todos los firmantes. Habría que congratularnos de que puedan coincidir en ello personas de trayectorias y posiciones tan diversas como Ángeles Mastretta, Damián Alcázar, Gabriela Warkentin, Hernán Gómez, John Ackerman, Juan Villoro, Agustín Acosta, Elena Poniatowska, Bernardo Bátiz, Sara Sefchovich, Roberto Banchik, Paola Ojeda, Olga Sánchez Cordero, Sabina Berman, Patricia Mercado, Blanca Guerra, Tenoch Huerta, Emiliano Monge, Marta Lamas, Ricardo Raphael, Eduardo Guerrero, María Teresa Priego, Javier Jiménez Espriú y más de un centenar.

Esto no significa que unos y otros renunciemos al debate y confrontemos nuestros diferendos, no podría ser de otra manera. Pero esta expresión común para rechazar infamias y prácticas a las que no estamos dispuestos a incurrir en aras de ese debate es un signo alentador de que la convivencia razonada es posible, pese a los muchos proyectos de país, puntos de vista y pasiones que anidan entre nosotros. En el ambiente enrarecido de los tiempos de cólera que vivimos, coincidencias como estas permiten pensar en la posibilidad que aún existe para construir los puentes que necesitamos para hacer comunidad a pesar de nuestras diferencias.