¿Juventud de derecha?

JUVENTUD

Normalmente se piensa que juventud es sinónimo de inconformidad y rebeldía, e incluso el cliché dicta que conforme las personas van creciendo se vuelven más conservadoras y proclives a buscar el propio beneficio. En cambio, la juventud se asocia a la creencia en ideales abstractos, al Che Guevara y en general un deseo por transformar la sociedad de maneras incluso revolucionarias. Así que resultaría sorprendente el actual fenómeno donde en países como Holanda, Francia, Italia y al parecer España, por nombrar tan solo unos cuantos, la ultraderecha es la opción electoral preferida por los votantes más jóvenes. Igualmente, en Argentina Milei ha obtenido casi el 70% del voto de los menores de 24 años, y según diversas encuestas Trump lidera a Biden entre intención de voto joven, categoría donde el actual presidente arrasó por más de 20 puntos en la elección anterior. 

¿Cómo se podría interpretar este aparente vuelco de la juventud hacia opciones políticas que se alejan de las tradicionales idea de solidaridad, igualdad y demás? ¿Sería correcto asumir sin más que los jóvenes se han vuelto más derechosos, egoístas y menos idealistas que hace por ejemplo algunas décadas?

Al respecto, en días recientes hubo en la FIL de Guadalajara una mesa sobre el tema de la rabia, donde la genial filósofa eslovena Renata Salecl intentó explicar la rabia prevaleciente en las sociedades contemporáneas tanto desde un punto de vista material, por la gran precarización e incertidumbre laboral que vive una enorme mayoría de la población, incluyendo por supuesto a los jóvenes, como desde un punto de vista simbólico. En relación a lo segundo, explicó que la actual narrativa neoliberal enfatiza que el éxito o fracaso es una consecuencia básicamente directa del accionar de los individuos, como si no tuviera nada que ver a nivel sistémico con las oportunidades o ventajas y desventajas que se le presentan a cada quien, a menudo determinadas desde el nacimiento. Así, explicó Salecl, la rabia es inicialmente dirigida contra uno mismo, en una especie de sentimiento de inferioridad derivado de la precarización, y de ahí que grandes sectores de la población, incluidos los jóvenes, se decanten por opciones extremas que ofrecerían dinamitar las estructuras de la sociedad y de la política, un poco porque de todos modos no hay gran cosa que perder.

Así, podríamos pensar que no es necesariamente que los votantes jóvenes sean menos rebeldes o más sumisos que sus contrapartes de años atrás, sino que al no existir alguna narrativa u opción que desempeñe el papel de sistema ideal al que se pudiera aspirar, la inconformidad se expresa más bien como deseo de dinamitar lo existente que no ofrece oportunidades, incluso si la alternativa pudiera ser más desconocida, más extrema o, como por lo general sucede, incluso bastante parecida a aquello que se pretendía dinamitar de raíz. Por lo que más que rasgarse las vestiduras pensando por qué los votantes jóvenes se decantan por los Trumps, Le Pens y Mileis del planeta, quizá a nivel de análisis sería más provechoso considerar en primer lugar esa realidad sin futuro que los conduce de entrada a la rabia que después canalizan estos personajes. Y principalmente pensar en opciones reales y alcanzables tanto a nivel real como simbólico, para imaginar sociedades y futuros distintos, donde la actual rabia y desesperanza se pudieran canalizar hacia lugares menos cargados de odio, y más vinculados a la idea fraternal con la que normalmente se asocia a la juventud.