Es necesario que se empiece a tomar consciencia de como la salud mental de los infantes es un aspecto importante que se tiene que cuidar casi tanto como la salud física.
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Desde 2010, las tasas de depresión y ansiedad en adolescentes han aumentado un 50% y las de suicidio un 32% en todo el mundo. Este incremento coincide con la aparición de los teléfonos inteligentes, aunque no hay una correlación científica confirmada. Jonathan Haidt, autor de “La generación ansiosa”, sugiere que los padres deberían prohibir el uso de teléfonos inteligentes a sus hijos menores de 14 años y que se legisle para que los menores de 16 años no puedan abrir cuentas en redes sociales. Según Haidt, es crucial que los niños se desarrollen primero en el mundo real antes de mudarse al virtual.
Un artículo reciente de El País señala que mientras el 71% de los baby boomers jugaba regularmente en las calles, hoy solo el 27% de los niños lo hace. Por motivos de inseguridad, hemos mantenido a los niños en casa, limitando sus interacciones sociales y su tiempo de juego al aire libre. A pesar de que el mundo virtual no puede reemplazar el físico, es tarea de los adultos proporcionar alternativas.
Los estudios muestran que la falta de juego afecta negativamente a los mamíferos, desde ratones hasta monos. Las pantallas han sustituido el juego al aire libre, presentando modelos ficticios que afectan la autoestima juvenil. Francesco Tonucci, pedagogo italiano, ha defendido la creación de espacios urbanos que los niños necesitan, subrayando la importancia del juego en su desarrollo.
Ante el aumento de problemas mentales en los jóvenes, es esencial que los padres fomenten el juego sin pantallas. Según el sentido común y numerosos estudios, la adicción a la tecnología contribuye al desarrollo de conductas y trastornos preocupantes. Es responsabilidad de los adultos asegurarse de que los niños puedan disfrutar de su infancia en un entorno seguro y saludable.