Nahualismo erótico

UNICORNIOS Y DRAGONES

Aunque la gente ya no crea en la existencia de unicornios y dragones, la lectura de bestiarios modernos como el Manual de zoología fantástica de Jorge Luis Borges mantiene vivo nuestro anhelo de preservar esa fauna. Valdría la pena que alguien lo complementara con un almanaque de fisiología fantástica, una disciplina tan cultivada por los naturalistas de la antigüedad que sus curiosos frutos quizá llenarían varios tomos. El plato fuerte de la enciclopedia serían los intentos por identificar a las fuerzas psíquicas involucradas en el enamoramiento y en los transportes de la pasión. Mientras la ciencia sea incapaz de resolver ese gran misterio, ningún psicólogo o neurólogo puede menospreciar los empeños del vuelo imaginativo por suplir sus limitaciones.  

Con un pie en la magia y otro en el conocimiento empírico, los sabios del México antiguo atribuyeron el flechazo amoroso a un componente del alma, el ihíyotl, que según Alfredo López Austin, “viajaba fuera del cuerpo durante el sueño o el coito”. El amor sería, pues, la química espiritual que impulsa a los seres humanos a salir de sí mismos o bien a facilitar la llegada de la invasora o el invasor. No había una línea divisoria entre el amor y la brujería, pues como bien explica López Austin en Las razones del mito, “un nahual es un ser (hombre, dios, difunto o animal), capaz de exteriorizar sus entidades anímicas para tomar posesión de otro”. La demonología europea establecía un claro deslinde entre los poseídos por el demonio y sus maléficos poseedores. En la fisiología fantástica de los aztecas esa frontera no existe, pues ambos reciben el mismo nombre: nahuales. Tampoco hay una condena explícita de esas posesiones, que más bien eran objeto de admiración y envidia”.

El nahualismo erótico tiene algunas semejanzas notables con la teoría neoplatónica del amor, formulada en el Renacimiento por Marsilio Ficino y León, cuyos preceptos popularizaron la poesía bucólica. Según la fisiología fantástica de aquel tiempo, los ojos emitían finísimas partículas de sangre denominadas “espíritus”. El flechazo, explica Guillermo Serés en La transformación de los amantes, consiste en el intercambio de espíritus vitales o de pneuma a través de la visión, de tal modo que el amante invade por los ojos el cuerpo de la amada. Cuando el cruce de miradas no desembocaba en la cópula, sino en la contemplación extasiada del objeto amoroso, la imagen del ser querido, un pálido reflejo de la belleza divina, encendía en el amante el deseo de fundirse con ella, como las mariposas que se queman con la llama de una vela. Los mejores sonetos amorosos del poeta novohispano Luis de Sandoval Zapata son una ilustración barroca de esa idea. 

Si Sandoval hubiera sido nahuatlato habría sabido que los indios también creían en el pneuma, pues atribuían a las sustancias más volátiles del alma una cierta autonomía con respecto a la voluntad. El tonalli, la fuerza generadora que mueve el cosmos, se trasladaba fácilmente de un cuerpo a otro, pues era, por decirlo así, el calor primordial repartido en infinidad de seres. Hasta aquí llegan las semejanzas, pues entre los aztecas no hubo una represión del instinto como la que impuso en Europa la moral judeocristiana. Nunca creyeron en la separación del alma y el cuerpo, un aspecto de su cultura que los acerca a la sensibilidad contemporánea.

 La variedad más popular del nahualismo, la posesión recíproca del brujo con el animal, refleja que los hombres no se consideraban la cúspide de la cadena evolutiva: un quetzal o un jaguar les merecían mayor respeto. El cariño dispensado a las mascotas y su diario contacto con la fauna lacustre los inclinaba a fraternizar con otras especies. En la fusión de un hombre con su perro no había diferencias jerárquicas entre el poseedor y el poseído: la fuerza que los había unificado igualaba a todas las criaturas. Si la transformación mutua parece haber sido el fin perseguido por ambos seres, podemos conjeturar que algo parecido sucedía entre compañeros de petate. La esposa tendía a convertirse en nahuala de su marido, sin que ninguno de los dos supiera ya quién invadió a quién. 

En los cuentos de nahuales conservados por la tradición popular, cuando el animal poseído muere, su poseedor corre la misma suerte. El sentimiento de pérdida que provoca la muerte de la pareja pudo haberles inspirado este desenlace trágico: el duelo humano trasplantado al terreno de la brujería. El nahualismo refleja, pues, un profundo anhelo de recuperar la unidad de todos los seres vivos, no para trascenderla, como en la doctrina neoplatónica, sino para romper las barreras que nos separan de los demás. Pertenecerle a otro para escapar del yo fue el principio básico de su búsqueda existencial: un arte de amar que no ha perdido vigencia.