¿Por qué los gatos siempre caen de pie?

El mito de que los gatos tienen siete vidas sin duda tiene que ver con su increíble habilidad para sobrevivir cualquier caída y para llegar al suelo de pie y sin ningún rasguño. Pero, ¿Cómo lo hacen? ¿Está la física de su lado?

Según la cultura popular los gatos tienen siete vidas. Y si son de algún país de habla inglesa tienen más, pues allí el dicho asegura que los gatos tienen nueve vidas. Esto por supuesto no es real (y a nadie sorprende): ni los gatos ni ningún otro animal puede revivir tras haber fallecido realmente. Sin embargo esta fama la tienen ganada. Gran parte del origen de este mito felino es su habilidad para sobrevivir caídas desde gran altura sin rasguños. La fascinación por los gatos no nació en la era de internet, sino que viene de mucho antes. Desde hace más de un siglo se ha estudiado la física de los gatos para intentar entender cómo consiguen caer siempre sobre sus patas por un lado y cómo hacen para sobrevivir caídas tan altas.

A finales del siglo XIX por ejemplo se utilizaron las primeras videocámaras para tomar una ráfago de fotografías y con ello poder analizar la caída de un gato. Etienne-Jules Marey era un hombre polivalente. Entre sus muchos intereses estaba la fotografía. Marey tenía especial interés en captar el movimiento natural de las cosas. Vivir a finales del siglo XIX no supuso un impedimento y a día de hoy aún le recordamos por su serie de fotografías de corredores, jinetes e incluso aves en las que consiguió captar, con una secuencia de fotos, el movimiento de otra época. Entre sus fotografías hay una que nos interesa especialmente aquí, la que capta la caída de un gato.

Serie de fotografías de Etienne-Jules Marey donde se muestra la caída de un gato. Foto: Wikimedia

En esta se muestra un felino que empieza boca arriba, sujeto por sus extremidades por un ayudante de Marey. Al soltarlo, comienza a caer boca arriba, pero rápidamente consigue contorsionar su cuerpo para redirigir sus patas hacia el suelo y unos fotogramas después aterriza con soltura, un par de metros más abajo. Este problema, que al propio gato no le supuso ni una gota de sudor, no fue resuelto hasta 1969, con un artículo científico. Lo que había preocupado a los científicos hasta ese momento era la conservación del momento angular. Según esta ley de la naturaleza, un cuerpo que no está en rotación no puede empezar a rotar de repente sin una fuerza externa que le ayude. En algunas ocasiones podría argumentarse que el gato utilizaba apoyos para rotar, pero en otras no.

La clave está en que el gato no empieza a rotar realmente, sino que más bien se retuerce. Al parecer lo que hacen estos felinos de forma instintiva es retorcer sus dos pares de extremidades en direcciones opuestas. Encogen las patas delanteras y estiran las traseras y aprovechan que por la misma conservación del momento angular, un gran giro de sus patas recogidas se compensará con un pequeño giro de las estiradas. A continuación intercambian la posición de las patas, consiguiendo que un gran giro de las patas traseras lo contrarreste un pequeño giro de las delanteras. Al final de esta maniobra, que son capaces de hacer inconscientemente y a gran velocidad, el resultado es que el cuerpo se ha reorientado.

Esto nos permite explicar por qué siempre caen de pie, aunque no cómo son capaces de sobrevivir a caídas desde gran altura, como el incidente que al parecer recogieron unos veterinarios de Nueva York en el que un gato sobrevivió a una caída desde el piso 32 de un edificio sin más heridas que dolores en el pulmón y un diente roto. Ellos trabajaban en una clínica veterinaria en esta ciudad, donde la gran cantidad de rascacielos supone un laboratorio perfecto, aunque peligroso, para estudiar la física de los gatos. Por supuesto ellos no se dedicaron a lanzar diferentes animales desde alturas cada vez mayores, sino que se dedicaron a registrar los accidentados felinos que acudían a su clínica.

En total recogieron información sobre 132 gatos que habían caído desde al menos un segundo piso. Ningún gato superó al del piso 32, aunque con una media de altura de 5’5 pisos debió haber alguno que estuviera cerca de hacerlo. Con estos datos observaron que alrededor del 90 % de los animales sobrevivió a la caída. También descubrieron algo todavía más sorprendente. La probabilidad de muerte y la gravedad de las heridas aumentaba con la altura, pero a partir del séptimo piso parecía disminuir. Eso significa que un gato cayendo del noveno piso tenía más probabilidades de sobrevivir que uno que cayera del séptimo.

En principio un gato y cualquier objeto en caída libre, debería acelerar debido a la fuerza de la gravedad. Sin embargo, por el hecho de estar cayendo dentro de una atmósfera, el rozamiento con el aire puede frenar la caída. Este rozamiento es complejo de modelizar, pero en general depende del cuadrado de la velocidad del objeto. Es decir, si un objeto acelera hasta el doble de velocidad, la fuerza de rozamiento se multiplicará por cuatro. Según la masa y la forma del objeto, habrá una velocidad a la que la gravedad y el rozamiento se igualen, cancelándose. En este punto el gato no quedará en suspensión, no flotará en el aire, sino que dejará de acelerar y caerá con velocidad constante. Al parecer esta velocidad máxima la alcanzaban alrededor del séptimo piso. Si el gato caía desde más arriba, tenía unos segundos en los que dejaba de notar la aceleración de la caída y era capaz de relajarse, adoptando una postura más natural y más segura. Esto era suficiente para hacer más improbable un accidente grave al alcanzar el pavimento.