Prepararnos para Trump

Trump

Hace ocho años nos tomó por sorpresa. Donald Trump, personaje de reality show y empresario pintoresco y provocador, se apuntó a competir en las primarias del partido republicano en 2015, esencialmente con el propósito de fortalecer la marca Trump, emblemática de sus negocios inmobiliarios. Como se sabe, inesperadamente ganó la nominación del partido conservador. Pero su bravuconería simplista y de buscapleitos nos llevaba a creer que no pasaría de ser una incursión anecdótica en la campaña presidencial. “Un hombre así no puede llegar a la Casa Blanca”, el puesto de trabajo más importante en el mundo. Sin embargo, en enero de 2017 tomó posesión. Cuatro años después, tras su derrota en las urnas, parecía que habíamos escapado de la pesadilla; es cierto que con abolladuras para el mundo, para su país y para México, pero quedamos todos con la sensación de que podría haber sido mucho peor.

Para nuestra desgracia, la pesadilla regresa, una vez más de manera aparentemente “inexplicable” pero igualmente inexorable. Al menos en esta ocasión no nos tendría que tomar por sorpresa. ¿Por qué?

Primero, porque salvo una sorpresa mayúscula, va a ganar. ¿Cómo no lo haría si su único rival, el presidente Joe Biden, cierra su gestión con menos de 30% de aprobación? Incluso los votantes del partido demócrata muestran en las encuestas su preocupación por la edad de su candidato. No solo por el hecho de que tendría 82 años cuando comience su segundo período, sino porque el hombre ya muestra señales físicas y mentales de senilidad.

El elemento más preocupante para Biden y los suyos es que Trump está adelante en los seis o siete estados “bisagra” que definen el triunfo entre demócratas y republicanos. Hace ocho años Hillary Clinton ganó en número de votos en todo el país, con casi 3 millones más que Trump, pero perdió en esos estados y, con ello, la presidencia. Biden obtuvo algunos de ellos hace cuatro años y la reconquistó para los demócratas, pero según las encuestas hoy va rezagado en todas ellas. Así que, lo que no debería suceder muy probablemente sucederá, una vez más, a finales de este año.

Segundo, no nos debería tomar de sorpresa porque esta vez tendría mayores consecuencias para México. El efecto Trump de la primera versión quedó matizado por diversos factores externos e internos que le obligaron a atemperar sus impulsos. El más importante de ellos la composición del poder Legislativo, que ahora podría quedar en las manos absolutas de los republicanos. Y, en lo externo, en esta ocasión encuentra un mundo más cínico tras los estragos de la pandemia y la invasión de Putin a Ucrania o de Israel a Gaza, sin que parezca importarle mayor cosa al resto de la comunidad internacional, más allá de las protestas retóricas de rigor. ¿A qué me refiero? ¿Quién va a meter las manos por México en caso de acciones punitivas puntuales o represalias comerciales injustas de la Casa Blanca en contra de nuestro país?

Queda a la interpretación cuánto de la “mesura” de Trump es atribuible a su supuesta amistad con López Obrador. Por poca o mucha que haya sido la influencia personal del tabasqueño para disuadir al neoyorquino de cumplir alguna de sus amenazas, lo cierto es que ya no existirá. El gobierno de Trump, que arrancaría en enero, será una de las grandes pruebas de la presidenta que tendremos en México a partir de octubre, muy presumiblemente la de Claudia Sheinbaum. Este hombre se ha caracterizado por su misoginia a lo largo de la vida, seguramente considerará un rasgo de debilidad que su contraparte sea una mujer, como ya lo hizo en el caso de la alemana Angela Merkel en su momento.

Los riesgos están a la vista. El mero hecho de que los legisladores republicanos no tengan empacho hoy en prácticamente extorsionar a Biden exigiendo más presupuesto para seguridad en la frontera con México a cambio de los recursos que el demócrata pide para ayudar a Ucrania, nos indica de lo rentable que políticamente representa la hostilidad en contra de México. No se trata ya de planes embozados y ultrasecretos de los halcones, sino de posiciones abiertas que, sin importar transgresiones o normas internacionales, gozan de un relativo apoyo popular.

Y no olvidar que, aunque el tratado comercial de México, Estados Unidos y Canadá, el T-MEC, tiene una vigencia de 13 años más, afronta su primera revisión en 2026 para efectos de ajustes y modificaciones. Se supone que se trata de un tema estrictamente de revisión no de renegociación, pero con Donald Trump y una mayoría en el Congreso eso sería un mero detalle.

Prepararnos para Trump tendría que ser un capítulo fundamental en la agenda del próximo gobierno. Prepararnos en varios sentidos. Por un lado, plantear una estrategia a fondo y ambiciosa para mejorar nuestro cabildeo en Estados Unidos y eso significa muchas cosas. Entre otras, revisar los sectores para los cuales la relación con México es importante o incluso decisiva para estar en condiciones de fortalecerla y aceitar los vasos comunicantes: en ocasiones la única contención para la Casa Blanca reside en el pago de factura en política doméstica. Habría también que analizar los puentes para construir un espacio de conversación de última instancia con el círculo de Trump: Peña Nieto optó mayormente por el yerno, Jared Kushner; López Obrador, desarrolló una relación personal. Difícilmente será el caso de Claudia Sheinbaum. Habría que comenzar a construirla por una u otra vía.

Por otro lado, convendría tener opciones frente a los peores escenarios en materia de represalias comerciales, energéticas, turísticas o de inversión y remesas. Sea para disminuir la dependencia o, al menos, preparar alternativas en caso de emergencia.

Pero desde luego, los dos grandes temas incendiarios de la posible hostilidad de la Casa Blanca son drogas e inseguridad, por una parte, y migración por la otra. Me parece que la mejor defensa de México es una estrategia sólida y visible en esta materia, que disminuya los márgenes de justificación para intervenir o ponernos contra la pared.

En fin, no pretendo abordar lo que tendría que ser el producto de una acuciosa estrategia, resultado de varios meses de trabajo interdisciplinario de los especialistas. Pero sí señalar la importancia de pensar desde ahora cómo afrontaríamos el riesgo de un Trump recargado y más beligerante y el enorme daño que puede provocar una ingenuidad de nuestra parte al respecto.