Guerrero se ha convertido en uno de los estados donde la problemática del narco se ah agravado a niveles sin precedentes.
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Tomás nació en una choza de tierra con techo de hojas de palma en la Sierra de Guerrero. La partera del pueblo asistió el parto, que fue rápido y sin complicaciones, acompañado del humo de copal y el aroma de cortezas de encino y pino.
La madre temía que La Maña se llevara a su hijo recién nacido, como había pasado con varios de sus familiares y otros jóvenes del pueblo, quienes, afectados por la pobreza, la guerra sucia y la supuesta “guerra contra el narco”, fueron reclutados con promesas de una vida corta pero llena de placeres, gracias a la violencia y complicidad entre autoridades locales y el crimen.
En los años 2000, durante la alcaldía de Félix Salgado Macedonio en Acapulco, el desigual reparto de riqueza y la pobreza resultaron en un aumento de la criminalidad y violencia. Los Zetas y el cártel de Sinaloa aprovecharon las nuevas rutas del narcotráfico por el Pacífico, encontrando en Acapulco un lugar ideal para sus operaciones y reclutando a la población marginada y olvidada.
La violencia se extendió como un cáncer desde Acapulco a las zonas rurales, y las autoridades, al abatir o capturar líderes criminales, fragmentaron los grupos en células delictivas dedicadas a secuestros, extorsiones y robos, sembrando terror en Guerrero. La falta de atención al pueblo, la desigualdad y la complicidad con La Maña agravaron la pobreza, empujando a los jóvenes a unirse al crimen como una aparente salida a su situación.
La Maña busca jóvenes para convertirlos en sicarios o halcones, prometiéndoles dinero, impunidad y poder, exacerbando una masculinidad dominante que desafía al gobierno mediante la violencia impune, en una venganza aparente que en realidad beneficia a los intereses opresivos.
Los jóvenes que se convierten en sicarios o halcones no son los únicos reclutados por el crimen organizado. En Guerrero, la actividad criminal y la violencia son parte de un mecanismo de control social que no podría existir sin la complicidad de las autoridades. El crimen organizado recluta a políticos y designa candidatos que administran la violencia para sus intereses. Asesinan a quienes no se alinean con ellos.
El domingo pasado, a seis días de haber asumido el cargo, Alejandro Arcos, presidente municipal de Chilpancingo, fue decapitado. Una situación muy diferente a la de su predecesora, Norma Otilia Hernández, quien desayunaba con el líder de un grupo criminal.
En Guerrero, parece que no hay un enfrentamiento entre las autoridades locales y el crimen organizado, sino una lucha entre grupos criminales coludidos con las autoridades contra aquellos que no tienen ese apoyo. Es una violenta lucha por el control de territorios. La gran pregunta es: ¿Dónde está la gobernadora?